Contaban el caso de un charlista que escribió un texto para acompañar en una publicación la magna obra de un artista emergente, hasta aquí todo normal.
Un día, un tipo de esos raros que se dedican a leer estos ladrillazos descubrió, lleno de extrañeza y por casualidad, ese mismo texto con esa misma firma iluminando la magna obra de otro artista emergente, eso sí, se había cambiado el nombre del prometedor creador.
El discurso era igual de sesudo y profundo, lleno de matices que enriquecían la narración de las piezas.
Escribanos a destajo
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