domingo, 22 de abril de 2012

somieres


Hace tiempo descubría en prensa un artículo sobre lo ordenado y avanzado de los programas de huertas urbanas puestos en marcha en Holanda. El asunto describía cómo se facilitaba el acceso de suelo público para la implantación de pequeñas huertas destinadas al autoconsumo y el ocio.

Este modelo ha sido trasladado a diferentes ciudades en las que las administraciones locales han dispuesto parcelas en las que personas, en su mayoría jubilados, tienen la posibilidad de plantar sus pequeños cultivos.

Todo suena a propuesta participativa y de utilización de recursos al servicio de la ciudadanía. 

Somos taaaaaaaaaaaan modernos…

Esto mismo se lleva haciendo de forma espontánea, autogestionada por quien siente la necesidad de hacerlo, y ordenado por ellos mismos, desde siempre en casos como la ocupación de los terrenos adyacentes a las vías férreas, terrenos de titularidad pública pero que por sus circunstancias imposibles de utilizar de otro modo, de manera que quien construye su pequeño huerto sabe que la propiedad no es suya, pero también sabe que será extraño tener que abandonarlo pues su localización anula cualquier otro giro.

Parcelaciones que ponen en práctica sistemas de reciclaje no aprendido en ningún taller de ecología sostenible, sencillamente desde el sentido común, sistemas de regadío con viejos barriles usados para la recogida de aguas, o vallados puestos en pie con somieres arrojados a la basura, elemento más que efectivo para este fin y que genera una imagen entre el ingenio y la precariedad, pero que cumple su función de forma efectiva.

Simplemente tenemos que dar una vuelta por las periferias de nuestras ciudades para observar este tipo de gestos, llenos de significación y que no necesitan de ninguna mente pensante para su puesta en marcha.



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